El "Bar des Présidentes" para tomar una copa después de cenar mientras se escuchan las suaves melodías francesas tocadas con virtuosismo en el piano de la sala. Ideal para dar comienzo a una velada interesante, romántica y glamurosa.
Las 60 hectáreas que rodean al hotel como campo de golf aporta un balón de oxígeno para nuestros cuerpos estresados y contaminados de tanta polución. Si aún así no conseguimos quitarnos el nerviosismo de la vorágine cotidiana que llevamos acumulada del día a día, una sesión de masaje en su spa hará que las endorfinas se disparen en nuestro cuerpo.
Además está situado a apenas 20 Kilómetros de Ginebra (Genève, Suiza) y lo hace interesante como enclave para visitar la ciudad ginebrina, como base para excursiones en la zona occidental del país alpino o como parada de descanso por una ruta centroeuropea.
El hotel está asentado en uno de esos pueblos que recogen todo el espíritu francés que tan bien supo reflejar en sus películas costumbristas Jacques Tati ( fiel observador de la realidad que paseaba su silueta desgarbada enfundado en su inseparable gabardina, su paraguas de mango debajo del brazo, su sombrero que levantaba para saludar sin tan siquiera musitar un "bon jour monsieur, bon jour madame" y su alargada pipa que llegaba siempre irremediablemente antes que él)
Para conocer el pueblo http://www.divonnelesbains.fr/ nada mejor que pasearse el domingo por la mañana y deambular entre madames por las paradas del mercadillo.
Sucumbí como comprador compulsivo confeso que soy en la tienda especializada en artículos industriales vintage "L'entrepot", en 65, rue Voltaire (ojalá le ponga los dientes largos a la bloguera Leticia del blog "Vintage & Chic" con las fotos que os pongo ) Compré una balanza, una placa publicitando los vinos de Burdeos y un cuaderno-inventario de vinos todo muy vintage.
Una parada obligada para reponer fuerzas es el restaurante "Da vinci" 2, avenue de la Gare, especializada en cocina italiana con toques afrancesados. El patrón del lugar os hablará en la lengua de Molière y si atisba un signo que os defina como latino cambiará irremediablemente a su lengua nativa y la de Dante. No os esforcéis con el inglés, echarle imaginación e improvisar ese italiano que aprendisteis en noches de fiesta con alguna/o nativa/o romana/o de buen ver por las calles del Trastevere. Cualquiera de sus platos son muy recomendables. Valdría la pena dejar un hueco para probar sus pasteles, en especial el tiramisú. Aviso para navegantes: es un torpedo a la operación bikini. Precio 30-40 euros.
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